Por Jaime Restrepo Vásquez
¡Por fin! Los abusos, las arbitrariedades y los desmanes de Petro y sus esbirros recibieron un fuerte golpe del Consejo de Estado: la transmisión de los consejos de ministros por los canales privados de televisión no va más.
El circo de las reuniones de los lamebotas de Petro, en las que solo se oían las «verdades» del orate presidente y las loas y declaraciones de amor de sus esbirros, ya no interrumpirán el descanso de millones de ciudadanos que solo aspiran a llegar a sus casas, cenar algo y tratar de desconectarse de la realidad con las novelas y programas que transmiten los canales nacionales.
De hecho, así sea un programa basura, siempre será mejor que ver a Petro pontificando sobre lo que no sabe y observar cómo los lambones que tiene de ministros asienten a cuanta ocurrencia se le desliza por la boca al presidente.
Evidentemente, el objetivo de esos consejos de ministros al aire era tratar de neutralizar la imagen negativa del gobierno, haciéndole creer a la ciudadanía con menores ingresos, quienes no pueden darse el lujo de la televisión por cable, que Petro y su séquito estaban haciendo bien la tarea, que eran muy eficientes y que la mano negra y poderosa de sus enemigos era la que no les permitía alcanzar el éxito.
Así, esas horas semanales de intromisión en la privacidad de los hogares era una forma de propaganda continua de cara a las elecciones de 2026, la que además teníamos que pagar todos los ciudadanos estuviéramos o no de acuerdo con semejante arbitrariedad.
Es más: era una acción oportunista de propaganda política, como la efectuada durante los cuatro años del falso estallido social que fue la campaña de Petro a la Presidencia, pues no aparecía como parte de una operación politiquera, carecía de los controles propios de una campaña política, trataba de frenar el declive presidencial y, lo más peligroso, deslizaba un discurso único y sin contraste, es decir, la antidemocracia en todo su esplendor.
El abuso a la invasión a la privacidad en el que incurrió Petro fue justamente su talón de Aquiles, pues los ciudadanos terminaban impedidos para escoger, en su libertad, lo que querían ver al ser obligados a presenciar el circo ministerial o apagar el televisor. Era, a todas luces, una arbitrariedad que afectaba a los más pobres y por tal motivo, eran justamente ellos los destinatarios de toda la basura que hablaban Petro y sus lacayos.
Esa estrategia desvergonzada de propaganda impuesta a la fuerza, de medias verdades que no podían ser contrastadas, y además con la fórmula «sinco» —sin comerciales— buscaba influir en la mente de aquellos osados que se atrevían a ver los circos del gabinete petrista, llevándolos a pensar que Petro es muy inteligente, que ha hecho mucho por el país y que el «cambio» ha representado progreso y bienestar para los colombianos. Al fin de cuentas, la venta de una estafa como Petro solo es posible a partir de la propaganda falaz, de las mentiras y de las exageraciones obscenas.
Además, eso de copiar la intromisión en la vida de los ciudadanos que perpetraba en su momento Hugo Chávez a través de todos los canales venezolanos, con horas y horas de perorata insulsa e inconexa, todo qué ver con lo que hace Petro, demuestra claramente la tendencia populista del actual gobierno al querer conquistar a las audiencias más vulnerables para su causa «progre».
Por lo pronto, a Petro se le acabó la tribuna exclusiva de propaganda. A esta hora, los asesores goebbelianos del presidente deben estar trazando una nueva estrategia para ponerlo nuevamente en las pantallas de los televisores de los más pobres. ¿Serán alocuciones al estilo Fidel Castro o Hugo Chávez? ¿Serán documentales emocionales y mentirosos? Todavía quedan 16 meses de Petro en la Casa de Nariño y son muchas las tropelías que puede cometer.
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